LUCHARÉ POR SER YO MISMA
Vanesa, siempre había querido ser militar, aunque su madre dijera que era cosa de chicos. Se alistó a la marina con su madre en contra. Encontró mil y una dificultades, pero había cumplido con todas las órdenes de sus superiores, sin protestar, ni cuestionar a ninguno de sus mandos. Ser la única mujer, entre tantos hombres, ya era difícil, no por los compañeros que la habían acogido como un recluta más. Más bien por los altos mandos, en especial su sargento, más conocido por sus pensamientos machistas que por su labor en el cuartel. En las últimas maniobras de invierno, el sargento Garzón, acuso a Vanesa de desobediencia en maniobras e insultos a un superior. Vanesa, había recibido la orden de su sargento de dejar en plena noche, lloviendo, sin comida y sin agua, a tres jóvenes reclutas recién llegados. Hasta ahí, no sería más que otra de las muchas novatadas de recién llegado, pero esta vez nadie iría a buscarlos. Vanesa sabía que no habían sido elegidos al azar. Habían sido elegidos por su condición sexual y ella no iba a ser cómplice. Vanesa fue llamada ante sus superiores, para explicar la causas de su desobediencia, sabía que nada de lo que dijera los convencería. Tres hombres machistas acostumbrados a mandar y que obedezcan y ahora una mujer los desafiaba. Catorce días de arresto domiciliario, y 24 horas pendiente del teléfono. Una patrulla podría presentarse a cualquier hora del día o de la noche para asegurarse que cumplía con el arresto. Ese fue su castigo, y una mancha en su expediente, que ya no podría borrar. Pidió cumplir su arresto en su casa, una casa alejada del tráfico urbano, y muy cerca de la playa. Pero viendo la sonrisa burlona del sargento, sabía que había algo más. Las pasaría en casa de sus padres, que esa era la dirección que ponía en el informe de ingreso. Vanesa recogió su petate, esperaba ver a sus padres para llevarla a casa, pero no estaban. (ni siquiera ha avisado a mis padres, verdad sargento) dijo en voz alta saliendo por la puerta. Se montó en el autobús y revisó el informe disciplinario. Solo podría salir de su domicilio por causa justificada, de alto grado de gravedad, como enfermedad u accidente grave. Cualquier otra salida supondría quebrantamiento de condena y pasaría a ser delito, con penas de prisión de 6 a 12 meses, y despido total del cuerpo. Llegó a la puerta de la casa de sus padres, todo seguía como le recordaba. Un gran porche lleno de plantas, flores y figuritas de barro. Una magnífica entrada que solamente utilizaba quien no nos conocía. Los demás entrabamos por el jardín trasero. Al agarrar la manivela de la puerta trasera, a Vanesa se la escapó una sonrisa, el cerrojo seguía roto. Se había roto cuando ella tenía 12 años y su padre había sido cómplice, no contándole nada a su madre. Eran tiempos donde su padre y ella estaban muy unidos. Entró al jardín, estaba algo cambiado, y su madre había cumplido la promesa de cortarlos, árboles donde Vanesa colgaba su hamaca, y disfrutaba leyendo cualquier libro que caía en sus manos. Pero su madre decía que una señorita tenía que estar bien sentada y no tirada como un perrito faldero. Vanesa llamó a su perro Keko, pero este no respondía, lo volvió a llamar, pero Keko no apareció. Se acercó a la caseta, pero tampoco estaba.(Seguramente estaría pegado a la chimenea, le encantaba estar a los pies de mi padre)pensó Vanesa. Siguió andando por el césped, y sintió como los pies se le estaban mojando, el suelo estaba empapado, y el grifo estaba abierto, y parecía que llevaba días así. —¿Qué estaba pasando aquí?, se preguntaba Vanesa. Abrió la puerta trasera, al menos la llave seguía escondida donde siempre. ¡Papa!, ¡mamá!, grito preocupada. Siguió andando por la casa, al llegar al salón vio, las maletas que ella le había regalado a sus padres, en sus bodas de plata para irse de crucero. Siguió llamando a sus padres, mientras subía las escaleras. Todo estaba en silencio, abrió la puerta de la habitación matrimonial, despacio; y en la cama había Vanesa, siempre había querido ser militar, aunque su madre dijera que era cosa de chicos. Se alistó a la marina con su madre en contra. Encontró mil y una dificultades, pero había cumplido con todas las órdenes de sus superiores, sin protestar, ni cuestionar a ninguno de sus mandos. Ser la única mujer, entre tantos hombres, ya era difícil, no por los compañeros que la habían acogido como un recluta más. Más bien por los altos mandos, en especial su sargento, más conocido por sus pensamientos machistas que por su labor en el cuartel. En las últimas maniobras de invierno, el sargento Garzón, acuso a Vanesa de desobediencia en maniobras e insultos a un superior. Vanesa, había recibido la orden de su sargento de dejar en plena noche, lloviendo, sin comida y sin agua, a tres jóvenes reclutas recién llegados. Hasta ahí, no sería más que otra de las muchas novatadas de recién llegado, pero esta vez nadie iría a buscarlos. Vanesa sabía que no habían sido elegidos al azar. Habían sido elegidos por su condición sexual y ella no iba a ser cómplice. Vanesa fue llamada ante sus superiores, para explicar la causas de su desobediencia, sabía que nada de lo que dijera los convencería. Tres hombres machistas acostumbrados a mandar y que obedezcan y ahora una mujer los desafiaba. Catorce días de arresto domiciliario, y 24 horas pendiente del teléfono. Una patrulla podría presentarse a cualquier hora del día o de la noche para asegurarse que cumplía con el arresto. Ese fue su castigo, y una mancha en su expediente, que ya no podría borrar. Pidió cumplir su arresto en su casa, una casa alejada del tráfico urbano, y muy cerca de la playa. Pero viendo la sonrisa burlona del sargento, sabía que había algo más. Las pasaría en casa de sus padres, que esa era la dirección que ponía en el informe de ingreso. Vanesa recogió su petate, esperaba ver a sus padres para llevarla a casa, pero no estaban. (ni siquiera ha avisado a mis padres, verdad sargento) dijo en voz alta saliendo por la puerta. Se montó en el autobús y revisó el informe disciplinario. Solo podría salir de su domicilio por causa justificada, de alto grado de gravedad, como enfermedad u accidente grave. Cualquier otra salida supondría quebrantamiento de condena y pasaría a ser delito, con penas de prisión de 6 a 12 meses, y despido total del cuerpo. Llegó a la puerta de la casa de sus padres, todo seguía como le recordaba. Un gran porche lleno de plantas, flores y figuritas de barro. Una magnífica entrada que solamente utilizaba quien no nos conocía. Los demás entrabamos por el jardín trasero. Al agarrar la manivela de la puerta trasera, a Vanesa se la escapó una sonrisa, el cerrojo seguía roto. Se había roto cuando ella tenía 12 años y su padre había sido cómplice, no contándole nada a su madre. Eran tiempos donde su padre y ella estaban muy unidos. Entró al jardín, estaba algo cambiado, y su madre había cumplido la promesa de cortarlos, árboles donde Vanesa colgaba su hamaca, y disfrutaba leyendo cualquier libro que caía en sus manos. Pero su madre decía que una señorita tenía que estar bien sentada y no tirada como un perrito faldero. Vanesa llamó a su perro Keko, pero este no respondía, lo volvió a llamar, pero Keko no apareció. Se acercó a la caseta, pero tampoco estaba.(Seguramente estaría pegado a la chimenea, le encantaba estar a los pies de mi padre)pensó Vanesa. Siguió andando por el césped, y sintió como los pies se le estaban mojando, el suelo estaba empapado, y el grifo estaba abierto, y parecía que llevaba días así. —¿Qué estaba pasando aquí?, se preguntaba Vanesa. Abrió la puerta trasera, al menos la llave seguía escondida donde siempre. ¡Papa!, ¡mamá!, grito preocupada. Siguió andando por la casa, al llegar al salón vio, las maletas que ella le había regalado a sus padres, en sus bodas de plata para irse de crucero. Siguió llamando a sus padres, mientras subía las escaleras. Todo estaba en silencio, abrió la puerta de la habitación matrimonial, despacio y en la cama había… LUCHARÉ POR SER YO MISMA 2 Alguien durmiendo, seguro sería su madre.; encantada echar la siesta, tapada de pies a cabeza. Mientras se acercaba, un sentimiento de alivio y miedo se apoderaba de ella. —¡Mama! Toco con suavidad, agarro la colcha y poco a poco la fue deslizando. ¿Quién coño es este tío? Se echó las manos a la cabeza, tropezó con el mueble y se quedó quieta en una esquina, con las manos en la cabeza. ¡Este tío está muerto! Salió de la habitación sin despegarse de la pared, sin saber como llego al baño, el estómago se le había puesto de revés y vomito lo de tres días atrás. Quizás por los nervios, se echó a llorar, aunque, por otro lado, sentía un poco de alivio de que no fuera ninguno de sus padres. Llamó a la policía y en cuestión de minutos su casa se llenó de policías, enfermeros, médicos, forense, etc. Vanesa estaba angustiada, asustada y con mil preguntas en la cabeza, ¿quién era ese tío y que hacía en la cama de sus padres? ¿Dónde estaban sus padres? ¿Y dónde estaba su perro Keko? Después de un primer interrogatorio en su casa, se llevaron a Vanesa a comisaria, para seguir con el interrogatorio protocolario. Hacía más de 6 meses que no sabía nada de sus padres, habían discutido y su madre, que era muy cabezona, había decidido no ir a visitarla más, y conociendo a su padre, él tampoco iría. —Está bien, señorita Vanesa Lago, nos gustaría poder localizarla, para poder hacerle alguna pregunta más, debo informarle que no podrá salir del país… Y antes de que el comisario siguiera con su discurso, Vanesa le contó que estaba con arresto domiciliario y ya sabían la dirección de la casa. El comisario llamó al inspector Lozano para que acompañase a Vanesa a su casa y ella aceptó con la cabeza. Tome mi tarjeta por si se acuerda de algo y quiere llamarme. Le ofreció antes de bajarse del coche. Paso tres días registrando su casa, menos la habitación principal. Lo había intentado alguna vez, pero el olor a sangre y el recuerdo solo la dejan abrir y al momento cerrar la puerta. Ya habían pasado 5 días de la desaparición de sus padres y la policía no sabía nada. Una de las noches, Vanesa se armó de valor y subió a la habitación de sus padres, con la esperanza de encontrar alguna pista. El olor era desagradable, abrió la ventana y se armó de valor. Vanesa estaba muy nerviosa, sentía que en esa habitación podía encontrar alguna pista, pero no sabía qué buscar. Buscó, pero sin encontrar nada raro, la luz de una de las habitaciones de la casa de enfrente se encendió y a la vez a Vanesa se le ocurrió algo. Sabía que no podía salir de casa, pero no había ninguna norma que no tuviera visita. Así que lo que hizo fue llamar a cada vecino para que le echara una mano en lo que pudieran, e intentar recopilar cualquier información. Estaba segura de que algún vecino sabía algo, o había visto algo. —TOC… TOC… sonó la en la puerta principal. —Buenos días, señorita Lago, venimos a informarle, que hemos hallado dos cuerpos en un velero en el puerto deportivo y creemos que podrían ser sus padres. —¿Dos cuerpos? ¿En un barco? Y de repente sintió que su cuerpo se deslizaba, un puño apretaba su corazón y los pulmones querían salirse del pecho, empezó a llorar con el miedo de que realmente fueran sus padres. Los agentes la sentaron un poco y esperaron que se recuperara. —¿Podría usted acompañarnos? Dijo el agente más joven. Entre lágrimas y angustia, Vanesa se pasó la mano por el pelo, a modo de peine cogió una chaqueta y subió al coche patrulla. Efectivamente eran sus padres. Casi no podía hablar, las lágrimas y la congoja, no la dejaban articular palabra, su mirada se había quedado fija en un punto. —Señorita, ¿quiere que le traiga, un café, un té o quizás un vaso de agua? —Muchas gracias, de verdad, pero no. Llevo cinco horas aquí y preferiría irme a mi casa si ya no me necesitan. Al dirigirse a la puerta, se encontró con el sargento Garzón, el alférez y dos reclutas novatos.(Las noticias habían llegado al cuartel, y vendrían a dar el pésame. ¡Como si les doliera de verdad! Hipócritas) pensó Vanesa. —Recluta Lago, ha cometido un delito saliendo de casa sin previo aviso, y será juzgada por quebrantamiento de condena… —Váyase usted a la mierda, mi sargento, apunte lo también en el delito. Alguien durmiendo, seguro sería su madre. Le encantaba echar la siesta, tapada de pies a cabeza. Mientras se acercaba, un sentimiento de alivio y miedo se apoderaba de ella. —¡Mama! Toco con suavidad aquel cuerpo dormido. ¡Mama! Volvió a llamar, pero esta vez su voz se mezclaba con angustia. Se temía lo peor, y de un tirón aparto la colcha. —¡Joder!… ¡Me cago en la puta! ¿Quién coño es este tío? Se echó las manos a la cabeza, tropezó con el mueble y se quedó quieta en una esquina, con las manos en la cabeza. ¡Este tío está muerto! Salió de la habitación sin despegarse de la pared, sin saber como llego al baño, el estómago se le había puesto de revés y vomito lo de tres días atrás. Quizás por los nervios, se echó a llorar, aunque, por otro lado, sentía un poco de alivio de que no fuera ninguno de sus padres. Llamó a la policía y en cuestión de minutos su casa se llenó de policías, enfermeros, médicos, forense, etc. Vanesa estaba angustiada, asustada y con mil preguntas en la cabeza, ¿quién era ese tío y que hacía en la cama de sus padres? ¿Dónde estaban sus padres? ¿Y dónde estaba su perro Keko? Después de un primer interrogatorio en su casa, se llevaron a Vanesa a comisaria, para seguir con el interrogatorio protocolario. Hacía más de 6 meses que no sabía nada de sus padres, habían discutido y su madre, que era muy cabezona, había decidido no ir a visitarla más, y conociendo a su padre, él tampoco iría. —Está bien, señorita Vanesa Lago, nos gustaría poder localizarla, para poder hacerle alguna pregunta más, debo informarle que no podrá salir del país… Y antes de que el comisario siguiera con su discurso, Vanesa le contó que estaba con arresto domiciliario y ya sabían la dirección de la casa. El comisario llamó al inspector Lozano para que acompañase a Vanesa a su casa y ella aceptó con la cabeza. Tome mi tarjeta por si se acuerda de algo y quiere llamarme. Le ofreció antes de bajarse del coche. Paso tres días registrando su casa, menos la habitación principal. Lo había intentado alguna vez, pero el olor a sangre y él recuerdo solo la dejan abrir y al momento cerrar la puerta. Ya habían pasado 5 días de la desaparición de sus padres y la policía no sabía nada. Una de las noches, Vanesa se armó de valor y subió a la habitación de sus padres, con la esperanza de encontrar alguna pista. El olor era desagradable, abrió la ventana y se armó de valor. Vanesa estaba muy nerviosa, sentía que en esa habitación podía encontrar alguna pista, pero no sabía qué buscar. Buscó, pero sin encontrar nada raro, la luz de una de las habitaciones de la casa de enfrente se encendió y a la vez a Vanesa se le ocurrió algo. Sabía que no podía salir de casa, pero no había ninguna norma que no tuviera visita. Así que lo que hizo fue llamar a cada vecino para que le echara una mano en lo que pudieran, e intentar recopilar cualquier información. Estaba segura de que algún vecino sabía algo, o había visto algo. —TOC...TOC… sonó la en la puerta principal. —Buenos días, señorita Lago, venimos a informarle, que hemos hallado dos cuerpos en un velero en el puerto deportivo y creemos que podrían ser sus padres. —¿Dos cuerpos? ¿En un barco? Y de repente sintió que su cuerpo se deslizaba, un puño apretaba su corazón y los pulmones querían salirse del pecho, empezó a llorar con el miedo de que realmente fueran sus padres. Los agentes la sentaron un poco y esperaron que se recuperara. —¿Podría usted acompañarnos? Dijo el agente más joven. Entre lágrimas y angustia, Vanesa se pasó la mano por el pelo, a modo de peine cogió una chaqueta y subió al coche patrulla. Efectivamente eran sus padres. Casi no podía hablar, las lágrimas y la congoja, no la dejaban articular palabra, su mirada se había quedado fija en un punto. —Señorita, ¿quiere que le traiga, un café, un té o quizás un vaso de agua? —Muchas gracias, de verdad, pero no. Llevo cinco horas aquí y preferiría irme a mi casa si ya no me necesitan. Al dirigirse a la puerta, se encontró con el sargento Garzón, el alférez y dos reclutas novatos.(Las noticias habían llegado al cuartel, y vendrían a dar el pésame. ¡Como si les doliera de verdad! Hipócritas) pensó Vanesa. —Recluta Lago, ha cometido un delito saliendo de casa sin previo aviso, y será juzgada por quebrantamiento de condena… —Váyase usted a la mierda, mi sargento, apúntelo también en el delito. Lucharé POR SER YO MISMA Su cabeza estaba a punto de estallar, ¿quién era el muerto en casa? ¿Sus padres muertos en un barco? No tenía ni pies ni cabeza, nada encajaba en la vida de sus padres. Su madre era demasiado glamurosa para meter en casa nadie que ella no considerase chic, y su padre, se mareaba en los coches. Se preparó un té y fue al salón a intentar descansar. Allí estaban las maletas, preparadas para ir a algún sitio. ¿A dónde irían? ¿Por qué no la avisarían de que iban a hacer un viaje? Sabía que su madre seguía enfadada con ella, pero no hasta este punto. La última vez que su madre fue a visitarla, seguía empeñada en convencerla para que dejase esa vida. A la madre de Vanesa, nunca le había gustado la idea de que su hija fuese militar. Su hija había estudiado abogacía y tenía un buen puesto de trabajo en el mejor gabinete de la ciudad. Comprometida con Nacho, su novio de toda la vida, un buen muchacho con un buen puesto de trabajo e hijo de del mejor abogado de la ciudad. Pero Vanesa siempre había soñado con ser militar. El día de su boda, su madre lo organizó todo, Vanesa ya no podía más. Estaba cansada de fingir algo que no era. Vestida de novia, se dio cuenta de que esa no era la vida que quería, que todo lo hacía para complacer a su madre, pero ya estaba cansada. Salió corriendo de su casa, no se presentó en la boda, y vestida de novia, se presentó en el cuartel para ser militar. Todavía la llamaban “la novia militar”. Pero lo que nunca supero su madre es que le dijera que no le gustaban los chicos. Pensaba que era un capricho que pronto se le pasaría, que volvería con su novio y volvería a ser abogada. —Quiero que dejes esta jauría de machos, y vuelvas a tu trabajo, ya hable con Nacho para que retrasemos la fecha de la boda. Espero que no me vuelvas a dejar en vergüenza y te comportes como una adulta. Eso fue, lo último que su madre le dijo, y no volvió a pasar por el cuartel, ni a dar noticias suyas. Cuando Vanesa llamaba a casa, su padre siempre le ponía disculpas, pero su madre nunca se ponía al teléfono. De esto ya habían pasado 5 meses. Vanesa cogió su taza de té entre las manos, y pensó en que destino habían pensado sus padres para viajar. Cogió la maleta grande, la estiro en la mesa del comedor, y la abrió. Su sorpresa fue tal que, la taza se le cayó de las manos. ¡La maleta estaba llena de su ropa!, cogió la maleta pequeña, la abrió y también contenía ropa y calzado de ella. No sabía qué hacer, en esa casa se estaba ahogando, no sabía a donde ir, ni a quién llamar. Se acercó a la ventana, y vio a su vecina. La señora Matilde. Cuando ella era pequeña le encantaba ir a su casa. Era una casa vieja llena de adornos y recuerdos, cada cosa tenía su historia y siempre le regalaba algo, todos los niños la adoraban. Cuando su marido se murió en un accidente, enloqueció y nunca asimilo que su marido ya nunca volvería. En el barrio la llamaban, la loca, porque decía que su marido estaba con ella, que era una pena que no lo pudiéramos ver. Pero loca o no, ella era feliz y no molestaba a nadie. Llamo a su puerta. —Buenas noches, señora Matilde, siento molestarla a esta hora, pero me siento muy mal, y estoy sola, ¿no sé qué hacer? —Mi niña, pasa hija, pasa. Perdona el desorden, pero mi marido me lo deja todo tirado. ¿Te apetece un té? Vanesa sonrió amablemente y afirmó con la cabeza. Aunque ya estaba dudando si había sido buena idea haber venido. La señora Matilde llegó con su bandeja con tres vasos y unas pastas. Vanesa sabia que el tercer, vaso, sería para su marido, así que hizo que todo pareciese normal. —Señora Matilde¿puedo hacerle algunas pregunta? Como sabrá, mis padres han aparecidos muertos en un barco y un hombre ha aparecido muerto en la cama de mis padres. —Mira mi cielo, tus padres siempre fueron buenos vecinos, no quiero ser metiche. Pero mi marido llevaba varios meses, fijándose que algo pasaba en tu casa, todos los días había un montón de gente rara. Vanesa sabia que con lo de gente rara se refería, a que no eran del barrio. Tu madre presumía que iríais de viaje los cuatro. —¿Qué cuatro? Pregunto sorprendida, Vanesa. — Sí, tus padres, tú y tu novio Nacho. Nacho, visitaba mucho a tus padres, es un buen muchacho. Bueno Nacho y ese hombre de uniforme. —¿De uniforme? Pregunto extrañada. —Sí, ese que te cuida en el cuartel. Ya me contó tu madre que te cuidan y te quieren mucho.”Su cabeza estaba a punto de estallar, ¿quién era el muerto en casa? ¿Sus padres muertos en un barco? No tenía ni pies ni cabeza, nada encajaba en la vida de sus padres. Su madre era demasiado glamurosa para meter en casa nadie que ella no considerase chic, y su padre, se mareaba en los coches. Se preparó un té y fue al salón a intentar descansar. Allí estaban las maletas, preparadas para ir a algún sitio. ¿A dónde irían? ¿Por qué no la avisarían de que iban a hacer un viaje? Sabía que su madre seguía enfadada con ella, pero no hasta este punto. La última vez que su madre fue a visitarla, seguía empeñada en convencerla para que dejase esa vida. A la madre de Vanesa, nunca le había gustado la idea de que su hija fuese militar. Su hija había estudiado abogacía y tenía un buen puesto de trabajo en el mejor gabinete de la ciudad. Comprometida con Nacho, su novio de toda la vida, un buen muchacho con un buen puesto de trabajo e hijo de del mejor abogado de la ciudad. Pero Vanesa siempre había soñado con ser militar. El día de su boda, su madre lo organizó todo, Vanesa ya no podía más. Estaba cansada de fingir algo que no era. Vestida de novia, se dio cuenta de que esa no era la vida que quería, que todo lo hacía para complacer a su madre, pero ya estaba cansada. Salió corriendo de su casa, no se presentó en la boda, y vestida de novia, se presentó en el cuartel para ser militar. Todavía la llamaban “la novia militar”. Pero lo que nunca supero su madre es que le dijera que no le gustaban los chicos. Pensaba que era un capricho que pronto se le pasaría, que volvería con su novio y volvería a ser abogada. —Quiero que dejes esta jauría de machos, y vuelvas a tu trabajo, ya hable con Nacho para que retrasemos la fecha de la boda. Espero que no me vuelvas a dejar en vergüenza y te comportes como una adulta. Eso fue, lo último que su madre le dijo, y no volvió a pasar por el cuartel, ni a dar noticias suyas. Cuando Vanesa llamaba a casa, su padre siempre le ponía disculpas, pero su madre nunca se ponía al teléfono. De esto ya habían pasado 5 meses. Vanesa cogió su taza de té entre las manos, y pensó en que destino habían pensado sus padres para viajar. Cogió la maleta grande, la estiro en la mesa del comedor, y la abrió. Su sorpresa fue tal que, la taza se le cayó de las manos. ¡La maleta estaba llena de su ropa!, cogió la maleta pequeña, la abrió y también contenía ropa y calzado de ella. No sabía qué hacer, en esa casa se estaba ahogando, no sabía a donde ir, ni a quién llamar. Se acercó a la ventana, y vio a su vecina. La señora Matilde. Cuando ella era pequeña le encantaba ir a su casa. Era una casa vieja llena de adornos y recuerdos, cada cosa tenía su historia y siempre le regalaba algo, todos los niños la adoraban. Cuando su marido se murió en un accidente, enloqueció y nunca asimilo que su marido ya nunca volvería. En el barrio la llamaban, la loca, porque decía que su marido estaba con ella, que era una pena que no lo pudiéramos ver. Pero loca o no, ella era feliz y no molestaba a nadie. Llamo a su puerta. —Buenas noches, señora Matilde, siento molestarla a esta hora, pero me siento muy mal, y estoy sola, ¿no sé qué hacer? —Mi niña, pasa hija, pasa. Perdona el desorden, pero mi marido me lo deja todo tirado. ¿Te apetece un té? Vanesa sonrió amablemente y afirmó con la cabeza. Aunque ya estaba dudando si había sido buena idea haber venido. La señora Matilde llegó con su bandeja con tres vasos y unas pastas. Vanesa sabia que el tercer, vaso, sería para su marido, así que hizo que todo pareciese normal. —Señora Matilde¿puedo hacerle algunas pregunta? Como sabrá, mis padres han aparecidos muertos en un barco y un hombre ha aparecido muerto en la cama de mis padres. —Mira mi cielo, tus padres siempre fueron buenos vecinos, no quiero ser metiche. Pero mi marido llevaba varios meses, fijándose que algo pasaba en tu casa, todos los días había un montón de gente rara. Vanesa sabia que con lo de gente rara se refería, a que no eran del barrio. Tu madre presumía que iríais de viaje los cuatro. —¿Qué cuatro? Pregunto sorprendida, Vanesa. — Sí, tus padres, tú y tu novio Nacho. Nacho, visitaba mucho a tus padres, es un buen muchacho. Bueno Nacho y ese hombre de uniforme. —¿De uniforme? Pregunto extrañada. —Sí, ese que te cuida en el cuartel. Ya me contó tu madre que te cuidan y te quieren mucho. Lucharé POR SER YO MISMA No trabajes tanto, mi cielo, o la oficina te consumirá. —¿En la oficina…? Pensó Vanesa, y una sonrisa sarcástica se le escapó entre los labios. Su madre le había contado a todos que trabajaba de secretaria, pero como podía… —Señora Matilde, me acabo de acordar que deje la plancha encendida, lo siento, me tengo que ir. Vanesa llegó a casa, se metió en la bañera, y una idea maliciosa empezaba a rondarle por la cabeza. Sería capaz su madre… y su sargento… todo para que ella saliese del cuerpo. No, no podía ser, era su madre. Pero si lo pensaba bien, el sargento Garzón se las había hecho pasar putas desde el minuto uno. A la mañana siguiente Vanesa se presentó en el cuartel, buscando respuestas. Su sargento le contó que sus sospechas eran reales. Su madre le había pagado una gran suma de dinero para que lo pasara mal y abandonara el cuartel. El sargento le contó, que cuando descubrió que era una buena recluta y podría llegar muy lejos, ella le recriminó que ese no era el trato y que si se quedaba empeoraría su enfermedad. —¿Mi enfermedad? ¿Qué enfermedad? El corazón de Vanesa se iba acelerando por momentos. —Sí, lo de que te gustas las mujeres, que eres lesbiana, vamos. La verdad es que me defraudaste, pensaba que eras una tía de las de verdad. Para mí, las lesbianas son una panda de … —¡Cállese! No siga, sé perfectamente, lo que piensa de las, lesbianas, gays o cualquier otra persona que sé diferente. ¡Maldito, homófogo! Y de un golpe tiro el lapicero y unos folios de la mesa. Vanesa montó en cólera, entre el dolor de sus padres muertos, el recuerdo de lo mal que se lo había hecho pasar a ella y los muchachos jóvenes, no aguantó más y sin pensárselo le dio un puñetazo que el sargento se cayó de la silla. Se montó en su coche y fue en fusca de Nacho. Nacho le confirmó, todo lo que el sargento le había contado. Y el barco y las maletas, eran para llevarse a una isla, y curarla de su lesbianismo. Su madre decía que era uno a enfermedad y conocía la solución. —Vane, hay otra cosa. Tu madre últimamente manejaba mucho dinero, no me preguntes de donde. Te acuerdas de la casita de tu abuela, la de la playa. Ve a la casa de la playa, verás que ya nada queda de aquella casita entrañable, donde jugábamos a escondernos, mientras tu abuela nos preparaba la merienda. Se fue sin despedirse, estaba cansada, la cabeza le iba a estallar, se dirigió a la puerta, ya no quería oír más. Aunque tenía una duda. —Una última pregunta, Nacho. ¿Dónde está mi perro keko? Tu perro lo regalo, tu madre. Decía que así, sería más fácil engañarte para que te viniese al viaje en barco, y distraerte un poco de la desaparición de Keko. —Vane, siento mucho lo de tus padres, y padres, y siento mucho lo nuestro, y siento mucho… —No sigas, déjalo. Y salió dando un portazo. Se fue a la casa de la playa, y nada más llegar, se dio cuenta de que Nacho no mentía. Ya nada quedaba de la casa de su recuerdo. Ahora era una de esas casa modernas que parecen enormes cubiletes a la orilla de la playa. En la entrada había muchas plantas, y si su madre había sido fiel a sus costumbres, sabía donde encontrar la llave. Entró y busco, la cocina estaba sedienta, y en la mesa de la cocina había un gran sobre marrón. Lo abrió, y lo que había dentro eran diferente foto de ella y una nota que decía: Nosotros ya cumplimos nuestra parte o pagas, o nos cobramos nosotros. Llamó al policía, que le había dado la tarjeta, y este, le contó que había una isla donde prometían curar cualquier enfermedad, incluidas las sexuales. Vanesa le contó todo lo que sabía, y el policía le contó que la investigación estaba muy avanzada, pronto le darían más noticias. No trabajes tanto, mi cielo, o la oficina te consumirá. —¿En la oficina…? Pensó Vanesa, y una sonrisa sarcástica se le escapó entre los labios. Su madre le había contado a todos que trabajaba de secretaria, pero como podía… —Señora Matilde, me acabo de acordar que deje la plancha encendida, lo siento, me tengo que ir. Vanesa llegó a casa, se metió en la bañera, y una idea maliciosa empezaba a rondarle por la cabeza. Sería capaz su madre… y su sargento… todo para que ella saliese del cuerpo. No, no podía ser, era su madre. Pero si lo pensaba bien, el sargento Garzón se las había hecho pasar putas desde el minuto uno. A la mañana siguiente Vanesa se presentó en el cuartel, buscando respuestas. Su sargento le contó que sus sospechas eran reales. Su madre le había pagado una gran suma de dinero para que lo pasara mal y abandonara el cuartel. El sargento le contó, que cuando descubrió que era una buena recluta y podría llegar muy lejos, ella le recriminó que ese no era el trato y que si se quedaba empeoraría su enfermedad. —¿Mi enfermedad? ¿Qué enfermedad? El corazón de Vanesa se iba acelerando por momentos. —Sí, lo de que te gustas las mujeres, que eres lesbiana, vamos. La verdad es que me defraudaste, pensaba que eras una tía de las de verdad. Para mí, las lesbianas son una panda de … —¡Cállese! No siga, sé perfectamente lo que piensa de las, lesbianas, gays o cualquier otra persona que sé diferente. ¡Maldito, homófogo! Y de un golpe tiro el lapicero y unos folios de la mesa. Vanesa montó en cólera, entre el dolor de sus padres muertos, el recuerdo de lo mal que se lo había hecho pasar a ella y los muchachos jóvenes, no aguantó más y sin pensárselo le dio un puñetazo que el sargento se cayó de la silla. Se montó en su coche y fue en fusca de Nacho. Nacho le confirmó, todo lo que el sargento le había contado. Y el barco y las maletas, eran para llevarse a una isla, y curarla de su lesbianismo. Su madre decía que era uno a enfermedad y conocía la solución. —Vane, hay otra cosa. Tu madre últimamente manejaba mucho dinero, no me preguntes de donde. Te acuerdas de la casita de tu abuela, la de la playa. Ve a la casa de la playa, verás que ya nada queda de aquella casita entrañable, donde jugábamos a escondernos, mientras tu abuela nos preparaba la merienda. Se fue sin despedirse, estaba cansada, la cabeza le iba a estallar, se dirigió a la puerta, ya no quería oír más. Aunque tenía una duda. —Una última pregunta, Nacho. ¿Dónde está mi perro keko? Tu perro lo regalo, tu madre. Decía que así, sería más fácil engañarte para que te viniese al viaje en barco, y distraerte un poco de la desaparición de Keko. —Vane, siento mucho lo de tus padres, y siento mucho lo nuestro y siento mucho… —No sigas, déjalo. Y salió dando un portazo. Se fue a la casa de la playa, y nada más llegar, se dio cuenta de que Nacho no mentía. Ya nada quedaba de la casa de su recuerdo. Ahora era una de esas casa modernas que parecen enormes cubiletes a la orilla de la playa. En la entrada había muchas plantas, y si su madre había sido fiel a sus costumbres, sabía donde encontrar la llave. Entró y busco, la cocina estaba sedienta, y en la mesa de la cocina había un gran sobre marrón. Lo abrió, y lo que había dentro eran diferente foto de ella y una nota que decía: Nosotros ya cumplimos nuestra parte o pagas, o nos cobramos nosotros. Llamó al policía, que le había dado la tarjeta, y esté, le contó que había una isla donde prometían curar cualquier enfermedad, incluidas las sexuales. Vanesa le contó todo lo que sabía, y el policía le contó que la investigación estaba muy avanzada, pronto le darían más noticias. (PRONTO SEGUIRÉ CON ESTA HISTORIA)